Es una realidad que nuestro idioma español, tan rico y culto, esté sufriendo de cambios drásticos, ya no sólo en su pronunciación, sino en su estructura. Es común encontrarse cada día con: contracciones de palabras, aumentos, supresiones, transposiciones de letras, y en general un sinnúmero de cambios morfológicos que no son aceptados; porque cabe mencionar que hay cambios en las palabras que son permitidos, pero éstos cuentan con reglas específicas.
Es cierto que la tecnología sirve para facilitar la comunicación en algunos aspectos; pero también por la premura de tiempo con la que cada vez más cuenta la gente, hace que se redacten textos pequeños o extensos con muchas faltas ortográficas o vicios de dicción.
Hay otra situación que contribuye a la alteración del idioma, y es la falta de lectura; el no hacerlo limita el léxico, y entonces al contar con un vocabulario reducido y no perfeccionado, siempre estará el riesgo de caer en “el mal hablar y el mal escribir”.
Por lo tanto, que la lectura sea un hábito, pues engrandece el intelecto de las personas.